Hay silencios que gritan más fuerte que las voces,
ausencias que pesan más que toda presencia,
y en el eco de lo que fuimos
resuena la melodía de lo que ya no somos.
abrazos que detenían el tiempo,
conversaciones que se extendían
hasta que el alba nos sorprendía
aún susurrando secretos al oído.
Fuimos amor en su estado más puro,
dos almas que se reconocieron
en el vasto universo de la soledad,
y por un tiempo hermoso, infinito,
creímos que éramos eternos.
Pero el tiempo, ese ladrón silencioso,
nos enseñó que todo se transforma,
que incluso el amor más profundo
puede cambiar de forma sin morir del todo.
Y ahora que caminas por senderos
donde mis pasos ya no se imprimen,
¿por qué habría de envenenar mis días
con el amargo sabor del rencor?
¿Por qué permitir que el resentimiento
construya muros donde antes había puentes,
cuando puedo elegir recordar
la luz que una vez brilló entre nosotros?
El presente es un lienzo en blanco
que espera ser pintado con nuevos colores,
nuevas sonrisas, nuevos abrazos,
nuevos amores que lleguen a tu puerta.
No quiero que mis lágrimas no derramadas
empañen el cristal por donde miras el futuro,
ni que el eco de mi ausencia
ahogue la música de tu nueva felicidad.
Hay algo hermoso, casi sagrado,
en desear tu bienestar sin condiciones,
en celebrar tu risa aunque ya no la provoque,
en bendecir tu camino aunque ya no lo comparta.
Porque amar de verdad es eso:
querer que seas feliz
incluso si esa felicidad
ya no lleva mi nombre.
Así que vive, ama, sueña, construye
con quien tenga la fortuna
de recibir ahora lo que antes era mío:
tu corazón libre y luminoso.
Que el pasado sea un dulce recuerdo
y no una cadena que te ate a la nostalgia,
que el presente brille con luz propia
y el futuro se abra como un campo de flores.
Porque al final, amor mío que ya no es mío,
la vida es demasiado hermosa
para desperdiciarla en resentimientos,
y tú mereces toda la felicidad del mundo.
Incluso si yo ya no soy parte de ella.
