puede arrasar con todo a su paso,
o abrir canales de agua clara
para calmar la sed del mundo.
puede consumir ciudades enteras,
o encender pequeñas llamas
que guíen en la oscuridad.
Quien lo sostiene en sus manos
decide cada día
si lo usará como espada
o como abrazo.
No hay grandeza en el grito,
ni en la dureza que humilla;
la verdadera fuerza florece
en el gesto humilde,
en la voz que escucha,
en la mirada que comprende.
El poder, cuando se viste de compasión,
se vuelve puente entre extraños,
se vuelve refugio para el cansado,
se vuelve esperanza en medio del ruido.
Y al final, lo que queda
no son tronos ni victorias,
sino el eco invisible
de haber usado la fuerza
para sembrar bondad en la tierra.

