nombres escritos en espuma y sombra,
y mi reflejo, temblando,
era un desconocido que intentaba hablarme.
una historia de lluvia o de tormenta.
Al tocarlas, sentía el peso de los siglos
resbalando por mis dedos cansados.
El río no canta, advierte;
me dice que todo fluye y se disuelve.
Que lo que aprisiono con las manos
se transforma en ausencia.
En la orilla, mi infancia me saludó,
con un barco de papel que nunca naufragó.
Su fragilidad era su fuerza,
su fe, su único motor.
El río siguió sin mirarme,
como si yo fuera una rama más,
un pasajero que escribe versos
con tinta de corriente.
