en aquellas aulas moscovitas:
la capacidad de no rendirse.
Cada prueba era un espejo
donde me veía tal como era:
estudiante lejos de su tierra,
joven con más preguntas que respuestas.
Algunas veces fracasé rotundo,
otras, triunfé por pura suerte,
pero siempre aprendí algo nuevo
sobre mis propios límites.
Los exámenes más duros no fueron
los que medían mi inteligencia,
sino los que ponían a prueba
mi capacidad de estar solo.