En el silencio de mi ser, encuentro una paz profunda, como la calma que sigue a la tormenta. He aprendido a soltar el control, a confiar en el camino que la vida, guiada por la mano de Dios, ha trazado para mí. Cada día es un regalo, una oportunidad para abrazar lo desconocido y dejar que la sabiduría divina fluya a través de mis decisiones.
En esta espera serena, mi corazón se llena de esperanza. Sé que lo que está por venir es parte de un plan mayor, uno que trasciende mis propios deseos y anhelos. Cada desafío es una lección, cada alegría un recordatorio de la belleza que me rodea.
Me encuentro en ese lugar privilegiado donde la aceptación florece. Acepto que no todas las respuestas están en mis manos, que hay un orden mayor que trasciende mis limitados planes. Esta certeza, lejos de angustiarme, me libera. Lamento te hayas marchado.
Espero con un corazón abierto lo que Dios tenga a bien disponer para mí. No es resignación lo que siento, sino confianza plena en que cada camino, cada puerta que se abre o se cierra, forma parte de un diseño perfecto que quizás no comprenda ahora, pero que tiene sentido en la infinita sabiduría divina.
En esta espera no hay ansiedad, sino esperanza. No hay temor, sino fe. Mis manos abiertas simbolizan mi disposición a recibir lo que sea mejor para mi alma, sabiendo que a veces los regalos más valiosos vienen envueltos en los paquetes más inesperados.
En la quietud de este momento, me encuentro en paz. He aprendido que la vida no siempre sigue los caminos que trazamos, pero siempre nos lleva exactamente a donde debemos estar. No hay prisas en mi alma ni angustias en mi corazón; solo la certeza de que cada día es un regalo y que lo que ha de ser, será en el tiempo perfecto de Dios.
He soltado el miedo y la impaciencia, porque comprendo que Su voluntad es siempre más sabia que mis deseos. No me aferro a lo que no depende de mí, sino que descanso en la confianza de que todo se acomoda según Su plan divino. Mientras tanto, vivo con gratitud, con serenidad y con la esperanza de que lo que venga será para mi bien.
La voluntad de Dios es mi paz. En ella descanso, con ella camino, por ella respiro. Y en este abandono confiado, paradójicamente, encuentro mi más completa libertad.
Así, con humildad y gratitud, entrego mis caminos al Creador. Estoy en paz, listo para recibir lo que Dios tenga a bien disponer de mí, confiando en que cada paso que dé será guiado por Su luz.
Aquí estoy, con el alma abierta, con el corazón dispuesto y con la fe intacta, esperando con gozo lo que Dios tenga a bien disponer de mí. Ya no hay miedo en sus designios, solo aceptación para que él haga su voluntad.
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