Las estrellas me llaman sin voz,
con parpadeos de alfabeto antiguo.
Les contesto en silencio,
pero sé que me entienden.
Dicen que el cielo no es techo,
sino un espejo roto
donde cada fragmento
guarda memorias de otros yoes.
A veces, cuando la noche se olvida,
susurran mi nombre en código:
—¿Eres polvo o eres fuego?
—Soy lo que queda cuando dejas de preguntar.
No escribo lo que ellas dictan,
solo anoto el eco entre sus pausas.
Al final, todas las constelaciones
son borradores de un poema
que nunca termino.
Hay una que parpadea distinto,
como risa que ya no reconozco.
Se apaga si la miro de frente:
—Algunos brillos fueron prestados.
Otra dibuja tu inicial al revés,
y aunque el viento intenta borrarla,
la luz tarda en morir…
—Lo sé, lo sé, pero no repitas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario