Si no te adoro como debo, Dios mío,
si mi corazón se aleja en la frialdad,
siento que el miedo, silencioso y frío,
teje su sombra en mi fragilidad.
Miedo a la nada, a vivir sin sentido,
como barco a la deriva, sin puerto ni razón,
el alma seca, el pecho vacío,
perdido en el eco de mi propia oscuridad.
Miedo al olvido, a ser polvo sin nombre,
a que el tiempo borre lo que un día fui,
sin tu mirada, sin el fuego que me asombre,
solo ruinas del hombre que no te siguió.
Miedo al silencio, a que no haya respuesta,
cuando grite en la noche y nadie esté ahí,
a que el amor se apague, lámpara muerta,
y el egoísmo sea mi único fin.
Miedo a la eternidad sin tu presencia,
a mirar atrás y ver que todo fue en vano,
haber tenido el don de tu esencia,
y cambiarlo por un ídolo vano.
Pero si vuelvo, si clavo y me postro,
si abro las manos y suelto el dolor,
encuentro el cielo, tu abrazo tan nuestro,
y los miedos se ahogan en tu amor.
Que nunca olvide, Señor, que sin Ti,
mi alma es un verso sin eternidad.