un relámpago sin trueno.
Miedo y fuego en la yema,
encontrarnos y no saber qué decir.
en ese instante, suspendida en el aire,
mientras el aire cargado de jazmín
testificaba nuestro primer encuentro.
Fue un susurro de piel contra piel,
una explosión de luciérnagas
en la penumbra de lo desconocido.
Nuestros dedos, tímidos al principio,
se encontraron como extraños
que reconocen un lenguaje ancestral.
Sentí cómo tu pulso se aceleraba,
cómo el miedo se escondía
tras una sonrisa titubeante.
Ese contacto breve, efímero,
sembró semillas de deseo
en un terreno fértil de incertidumbre.
El mundo exterior desapareció,
solo existían tus ojos,
el calor de tu palma,
y el latir desbocado de dos corazones
que ignoraban si continuarían
o si huirían a la primera oportunidad.
Y en ese instante, entre el miedo y el valor,
entre lo que podría ser y lo que podría no ser,
el primer roce de nuestras manos
se convirtió en el punto de partida
de una aventura sin guión,
un camino que solo nuestros dedos conocían,
y que ahora recorríamos juntos,
a ciegas, pero sin temor.
Porque el universo, que hasta ayer
era un mapa plano,
se convirtió en un laberinto
de infinitas posibilidades,
donde cada vuelta, cada esquina,
guardaba el secreto de un nuevo encuentro,
de un nuevo roce,
un nuevo destello de luciérnagas
en la oscuridad de lo desconocido.