cerramos la puerta sin llaves ni ruido,
como quien olvida dónde dolió,
pero aún cojea cuando camina.
y ahora somos dos silencios
que se esquivan por costumbre,
como si la memoria
hubiese cambiado el idioma
y ya no supiéramos cómo hablarnos
ni con los ojos.
Tú eras casa.
No techo, no paredes,
sino ese rincón donde la piel se siente a salvo.
Ahora, apenas eres un punto en el mapa
que mis pasos rehúyen por miedo
a recordar que alguna vez
me supiste entero.
¿En qué momento lo cotidiano
se volvió extraño?
¿Cómo pasamos del calor al eco,
del abrazo al adiós que nunca dijimos?
No buscaba un final perfecto,
solo uno que no dejara huecos
en cada gesto de los días siguientes.
Pero ya está.
No habrá más llamadas, ni miradas que pregunten,
ni intentos por remendar lo que ya no tiene forma.
Solo este poema
un testigo que se atreve
a decir lo que ninguno de los dos
tuvo el valor de pronunciar.
