no es la que ilumina, no la que repone.
Es un golpe seco, un rayo en la calma,
que desgarra el velo y me roba el alma.
Un suspiro al viento, que el tiempo se lleve.
Y esta verdad cruda, me abruma, me quema,
convierte mi risa en un triste dilema.
Mi lama, ese manto que cubría mis ojos,
hoy se desvanece entre mil despojos.
Y veo los instantes, cual arena fina,
escurrirse, impunes, con prisa asesina.
Cada amanecer, una flecha certera,
que anuncia el ocaso, la noche que espera.
Y el corazón grita, ¿por qué tan deprisa?
Si apenas he sido, si apenas la brisa
de un sueño lejano me ha rozado el rostro.
Y ya el final se asoma, con su frío rastro.
¡Ay, lucidez amarga, que todo lo muestra!
La fragilidad, la efímera orquesta.
Quisiera cerrar los ojos y no ver,
volver a la ceguera, no querer saber.
Pero ya la verdad me ha clavado su espina,
y el alma desgarra su pena divina.
¿Cómo vivir ahora con este saber?
¿Sabiendo que todo se va a desvanecer?
El amor, la alegría, el dolor, el anhelo,
convertidos en polvo, en un leve desvelo.
Es una carga pesada, esta claridad,
que roba la inocencia, que quita la edad
del alma que soñaba con tiempos eternos.
Ahora solo veo finales internos.
Y lloro por el tiempo que no se detiene,
por cada latido que se me sostiene
entre los dedos frágiles de la existencia.
¡Oh, cruel lucidez, oh, dulce inclemencia!