arrugas que lloran sequías y olvidos.
El sol los besa con exceso,
dejando grietas que parecen llagas.
pero nadie entiende su idioma antiguo.
Las raíces, exhaustas, piden tregua,
y los frutos se esconden por vergüenza.
El campesino siembra paciencia,
riega con sudor su esperanza,
pero la cosecha llega escasa,
como un pan roto en la mesa.
Y aun así, el canto del gallo
marca un nuevo inicio.
La tierra, aunque cansada,
acepta el pacto eterno de la vida.
El horizonte promete otra siembra,
una posible tregua con la lluvia,
y en cada grano enterrado
se guarda un juramento.

