Se eleva un canto de inocencia, suave melodía, de pureza.
Cada nota un suspiro, cada risa bendita.
En esos ojos claros, el mundo recién nacido,
Un universo de asombro, en cada gesto aprendido.
Y las luces en reposo, del hogar que nos cobija,
Son faros de amor que en la penumbra brillan.
No con fulgor estridente, sino con suave destello,
Iluminando senderos, cada sueño, cada anhelo.
Son el calor del abrazo, la calma en la mirada,
La quietud de un momento, en la noche callada.
La lámpara tenue que vela el dulce sueño,
Custodiando la paz de cada pequeño dueño.
Cuando la bruma que abruma se posa sin aviso,
No es nube de pesar, sino dulce remanso y diviso.
Es la niebla del tiempo que se extiende gentil,
Envolviendo recuerdos, un sentir sutil.
La envoltura etérea que el pasado atesora,
Donde el eco del canto con el alma mora.
Es la esencia del tiempo, la memoria que florece,
Y en cada recuerdo, el amor que nunca perece.
En esta sinfonía de vida, amor y tiempo,
El canto, las luces y la bruma son el mismo intento.
De forjar un camino, donde el corazón sienta,
Que la inocencia es eterna, y el amor, ¡qué contenta!
