nació mi mundo, entre voces que amparaban.
fundamento de risas, de dichas y penas.
Y junto a ellos, el clan, mi primera nación,
Alfredo, el hermano faro, de noble corazón;
Neyeska, chispa viva, risa en cada juego;
Maritza, calma atenta, dulce ruego;
Rolando, cómplice eterno, travesura al sol;
mis primeros maestros, mi primer crisol.
Y mucho después, la vida, en su danza sin fin,
trajo a Teto (Roberto) y a la pequeña Aurita, un dulce querubín,
cuando el alba de mis catorce ya me anunciaba.
La abuela, Blanco y la Tia Carmen, tres bastiones
de un mismo canto, canto de amor
Y el círculo creció, en primos sin igual,
Luis y Wilson, batallas de un tiempo ancestral;
Luisito, Andresito, pura travesura;
Hilda Coromoto, risa que perdura.
Con ellos el mundo se hizo más grande, más vasto,
cada tarde una pintura, cada juego un rastro.
Y la Abuela, raíz sabia, en su silla mecida,
contando mil cuentos, forjando mi vida.
Tío Manuel, voz grave, de consejo y de paz,
un pilar de afecto, un abrazo tenaz.
Tíos y tías, un coro de amor sin igual,
María, Luis Antonio, Humberto, Chea, Rosa, Rafael,
Felipe, Padrino Antonio, Marcela, Modesta, Humberto,
cada uno un destello, un cielo abierto.
Así el niño que fui, entre risas y afán,
preguntando a la luna de dónde venían, de dónde iban.
Y la noche, a veces, con sus sombras inciertas,
dibujaba temores, en ventanas abiertas.
Mas bastaba una mano, un cuento sereno,
para que el miedo huyera, desvaneciéndose pleno.
Pero hay un nombre que vibra en la piel de mi tierra,
23 de Enero, no solo una guerra.
Fue la fecha gloriosa, la liberación,
cuando un dictador huyó, en veloz avión.
Un grito de pueblo, una marea en la calle,
la libertad que nacía, sin que nada la calle.
Y ese nombre, ¡oh asombro!, bautizó un lugar,
una mole de concreto, que el tiempo iba a forjar.
De "Dos de Diciembre", vanidad que se hizo ruina,
a 23 de Enero, la dignidad que germina.
Bloques inmensos, hogar de un pueblo valiente,
donde cada pasillo, latía un presente.
Campesinos, pescadores, de todo rincón,
llegaron con sueños, con fe, con canción.
Invadieron paredes, que se hicieron su nido,
donde el café mañanero, era un canto aprendido.
Juegos de chapas, trompos en el cemento,
risas de niños, puro encantamiento.
El 23 de Enero, crisol de batallas,
de asambleas vecinales, que no daban la espalda.
Un símbolo vivo, de lucha y hermandad,
donde el hormigón cuenta nuestra identidad.
Sus muros, murales, su gente, un poema,
la historia que pulsa, el gran lema.
Es más que una fecha, más que un vecindario,
es el alma de un pueblo, en su propio santuario.