hundido en el fango del ayer,
mis ramas, saetas perdidas,
mis frutos, agraz por vencer.
carbonizó mi quieta piel,
y en el humo de lo que ardía,
hallé el sendero más allá del edén.
No fue miel de tardes plácidas,
ni arrullo de santo rumor,
fue el rencor, daga en las sombras,
la que hendió mi noche en fulgor.
Ahora soy espiga que arde,
grano que estalla en el dolor,
y aunque el Padre no teje espinas,
a mí me crecieron hacia el sol.
La ira, marea creciente,
infló mis velas de cristal,
y en este océano de heridas abiertas,
surco el mar de la eternidad.
No glorifico el filo ni la herida,
mas bendigo esta sed de mirar,
pues hasta el zumo de la tiniebla
puede ser bautismo hacia el altar.
El dolor modeló mi arcilla,
pero el alba la vistió de voz.
pero el alba la vistió de voz.