Hay quienes danzan en escenarios de cristal,
con máscaras doradas que ocultan la verdad,
alzando la voz como tormenta artificial
mientras buscan testigos de su vanidad.
desplegando plumas de un pavo real herido,
lanzando dardos envenenados que fabricaron
desde rincones donde el rencor ha crecido.
Sus palabras son lanzas afiladas al viento,
acusaciones que flotan como humo espeso,
creando tempestades en su propio lamento,
buscando que alguien aplauda su proceso.
Pero los espejos siempre devuelven la imagen:
quien grita más fuerte suele temer el silencio,
quien más amenaza, más vulnerable se imagina,
quien más acusa, menos encuentra sosiego.
Al final, los espectadores se van cansando
del teatro repetitivo y su actuación,
mientras el tiempo, sabio, sigue pasando
y la verdad emerge sin tanto ademán.
Hay muros que se alzan con cimientos firmes,
raíces profundas que no tiemblan al vendaval,
hay quien camina en paz mientras otros se erigen
en batallas que solo existen en su vanidad mental.
Contra la serenidad no hay arma que funcione,
contra quien no responde, el eco se desvanece,
el que planta en tierra fértil siempre compone
melodías que el viento jamás desmerece.
