Cuando tenía unos 7 u 8 años, entré a mi clase un viernes cualquiera. Lo que no sabía era que íbamos a tener un día divertido con un montón de actividades y cosas divertidas que hacer.
Solo me quedaba saltar con la sonrisa más grande del mundo. La maestra, obviamente, me dijo que parara, pero no podía dejar de sonreír. Fui donde estaban mis otros compañeros y se ofrecieron a jugar conmigo. Ese día fui el niño más alegre del mundo: pero la diversión no terminó ahí. Al final del día, la maestra anunció que podíamos elegir entre una variedad de estatuillas. Todas se veían agradables y asombrosas, pero solo una me llamó la atención: una estatua de elefante con sus tres hijos. Solo podía pensar en mi mamá y mis dos hermanos recogiéndola. Mientras la recogía, mi maestra dijo que era una buena elección. Mientras todos salían del aula, no pude evitar imaginar lo orgullosa que estaría mi mamá. Ese día en el autobús les enseñé a todos la estatuilla que me habían dado. Todos sonreían, sobre todo la conductora del autobús. Me dijo que era una estatua muy bonita.
Cuando el autobús se detuvo, bajé con la estatua en la mano y, como era muy sensible,
salté con mucho cuidado. En cuanto entré, corrí a la cocina, donde mi madre estaba preparando la cena. Me apresuré a contarle sobre la estatua que le había comprado lo antes posible. Se la conté. Se giró y la miró. En cuanto la vio, una sonrisa se dibujó en su rostro, haciéndome brillar de alegría. Me la quitó de las manos y dijo que la dejaría en la encimera para que todos vieran cuánto la quería. No pude contener la alegría, así que empecé a saltar.
Cuando me vio saltar, me levantó y me besó en la mejilla. Fui con mi abuela y le conté todo.
Ella también estaba orgullosa de mí y dijo que sería una gran persona de mayor. En cuanto dijo eso, oí que se abría la puerta principal. Bajé corriendo las escaleras lo más rápido que pude.
Allí estaban mis dos hermanos y mi papá, que habían ido a comprar comida. Señalé la estatua.
Mi hermano mayor la miró fijamente y dijo que le gustaba. Mi papá dijo lo mismo. Mi hermano menor era demasiado pequeño para entenderlo, pero aun así quería jugar con la estatua. Esa noche, mientras mi mamá me arropaba, me dijo lo orgullosa que estaba y lo muy considerado que era con mi familia. La suave cama me hizo dormirme rápidamente.
Ese día aprendí que la felicidad se encuentra en los momentos más pequeños y que mi
familia siempre estaría ahí para compartir mi alegría.
NOTA: A Dayal: Lo que has escrito es un hermoso y conmovedor relato sobre el amor familiar, en particular el amor entre madre e hijo. Tu historia captura a la perfección la inocencia de la niñez y la alegría que se encuentra en los gestos más simples, aquí tienes un espacio para que publiques tus inquietudes.

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Dayal Guerrero Abud