Te llamé amor,
pero eras miedo disfrazado.
Te llamé hogar,
y eras mentira enmascarada.
Me aferré a tu sombra
como quien teme a la noche,
y en vez de luz
me quedé con los ecos.
El apego susurra promesas
de que sin ti, no soy,
de que perderte
es perderme a mí.
Pero el apego no ama,
posee.
No cuida,
ata.
Y en su abrazo de hierro
se forjan heridas suaves,
de esas que no sangran
pero duelen en silencio.
Aprendí que el amor
no exige cadenas,
que soltar
no es perder,
es volver.
Volver a mí,
sin miedo,
sin nombre ajeno
pegado a la piel-
