con esa historia que repites tanto,
de que los ex son sabios y maestros,
de que viniste a darme algún encanto.
por mi vida ahora soy más resistente,
que tu partida fue mi gran fracaso
y que por eso hoy soy más valiente.
No, yo a ti no te debo nada,
ni un suspiro perdido en la distancia,
ni un trago de mi copa reservada,
ni un segundo de mi propia estancia.
No fuiste mi sendero ni mi guía,
no me alumbraste con tu luz dorada,
no me diste alas para la osadía,
no me ofreciste más que una jornada.
Las heridas que cargué en mi pecho
las curé solo, con mis propias manos,
las lesiones que dejaste por derecho
las arranqué de mis terrenos llanos.
Me sostuve firme en la tormenta,
mientras tú ya navegabas otro mar,
cada lágrima que mi alma cuenta
fue mi fuerza para caminar.
No, yo a ti no te debo el aprendizaje
que obtuve en noches frías de desvelo,
no te debo las marcas del pasaje
que me llevó desde el infierno al cielo.
Las lecciones que grabé en mi mente
las gané solo en campos de batalla,
sin tu ayuda, siendo mi presente
el que decidió romper la muralla.
Todo me lo debo a mí mismo,
a mi temple y mi determinación,
a ese fuego interno que no se extinguió
cuando creí que no había solución.
Me lo debo a mis propias locuras,
a los desvelos que me fortalecieron,
a las noches donde mis heridas duras
lentamente sanaron y crecieron.
Al alcohol que bebí sin consuelo,
pensando que nada tenía sentido,
a las veces que toqué el suelo
y solo, de nuevo, me he erguido.
A mis decisiones y consecuencias,
a los errores que me hicieron sabio,
a todas esas duras experiencias
que tallaron mi propio epitafio.
Todo me lo debo a mis batallas,
a los desastres que enfrenté sin miedo,
a las noches donde las pesadillas
se volvían fuerza en mi credo.
Cuando mi alma pesaba como plomo,
más que el universo en su vastedad,
aprendí que yo solo soy mi domo,
mi refugio y mi verdad.
Sí, todo me lo debo a mí mismo,
a mi coraje y mi resistencia,
a ese poder que vive en mi organismo
y que nunca perdió su esencia.
A ti, yo no te debo nada,
ni gratitud, ni respeto, ni recuerdo,
solo fuiste una página pasada
en un libro que yo mismo concuerdo.
No me enseñaste a ser más fuerte,
no me diste lecciones de valor,
mi fuerza nació de mi propia suerte,
de mi lucha y de mi propio amor.
Así que guarda tus palabras huecas,
tus historias de maestra fingida,
yo tallé mis victorias en las secas
tierras de un corazón que hizo vida.
No, a ti no te debo ni un aliento,
ni una gota de mi sangre pura,
mi crecimiento fue mi propio intento,
mi triunfo, mi propia aventura.
A mí mismo me debo todo,
cada paso que me hizo llegar,
y si cambié mi rumbo y mi modo,
fue porque supe cómo caminar.
Nota: Me lo debo a mi mismo, las disculpas por aceptar situaciones que no merecía.
