Manual de supervivencia: Cómo la chola de hule nos hizo mejores personas (y por qué los psicólogos odian este truco)


Por: Ricardo Abud

"Una guía nostálgica para entender por qué éramos tan felices siendo tan reprimidos"

Prólogo: En defensa de la terapia express

Estimados lectores criados con iPad y terapia familiar, permítanme contarles sobre una época mágica donde los problemas psicológicos se resolvían en 0.5 segundos con un solo movimiento de muñeca y un objeto de hule. Era una era dorada donde no necesitábamos sesiones de 50 minutos para entender que portarse mal tenía consecuencias. La consecuencia llegaba más rápido que delivery de McDonald's.

Capítulo 1: La Universidad de la Chola - Facultad de Respeto Inmediato

Nuestra educación emocional no venía de libros de autoayuda con títulos como "Cómo criar hijos resilientes en 7 pasos". No, señor. Venía de una institución ancestral conocida como "La Chola Levantada", con campus en la cocina, la sala y, para casos extremos, el patio trasero.

La metodología era revolucionaria: "causa y efecto inmediato". Nada de "Juanito, vamos a conversar sobre por qué arrojaste la pelota contra el televisor y cómo eso puede afectar tu autoestima a largo plazo". Era más bien: "¡PAM!"  problema resuelto, clase terminada, siguiente estudiante.

Los resultados eran asombrosos. Con una sola sesión, los niños desarrollábamos:
  • Reflejos ninja para esquivar chancletas voladoras
  • Capacidad de lectura facial avanzada (detectar el nivel de enojo materno en microsegundos)
  • Habilidades de negociación política ("Mami, yo no fui, fue mi hermano")
  • Y lo más importante: "respeto instantáneo"

Capítulo 2: El Misterio del Horario Sagrado - Cuando la comida tenía dignidad

En aquellos tiempos prehistóricos (léase: antes del delivery 24/7), existía un fenómeno cuasi-religioso llamado "la hora de comer". Era un momento tan sagrado que hasta los gatos del barrio lo respetaban.

Si llegabas tarde, te esperaba el "Plato de la Reflexión": la misma comida, pero fría, triste y llena de enseñanzas sobre la puntualidad. No había microondas de la comprensión, ni "ay, pobrecito, se le olvidó la hora". El plato frío era tu diploma en Responsabilidad Básica, carrera que hoy en día parece estar en extinción.

La diferencia con el ahora es abismal. Hoy los niños tienen horarios más flexibles que un Oso en retiro espiritual. "¿Almuerzo? Mmm, no sé, ¿Qué tal a las 4 de la tarde mientras veo TikTok?" Nuestros padres se estarían revolcando en sus tumbas... si estuvieran muertos y no simplemente indignados viendo las noticias.

Capítulo 3: El Televisor: Esa Bestia Domesticada del Centro de la Sala

Ah, el televisor. Ese objeto místico que requería más permisos que una visa americana. No era un electrodoméstico; era un "premio". Un galardón que se ganaba con sudor, lágrimas y tareas perfectamente completadas.

El protocolo era claro:
1. Hacer toda la tarea
2. Mostrarla para verificación parental
3. Realizar labores domésticas asignadas
4. "Solo entonces" podías acercarte al botón de encendido

Y cuando finalmente podías ver televisión, ¡qué experiencia tan intensa! Era como ganar un Oscar cada tarde. Cada programa se saboreaba porque sabías que te lo habías ganado con esfuerzo. No como ahora, que los niños tienen más pantallas que una sala de control de la NASA y siguen aburridos.

La ironía es deliciosa: teníamos menos entretenimiento pero estábamos más entretenidos. Teníamos tres canales y éramos felices. Hoy tienen Netflix, YouTube, TikTok, Instagram, y están deprimidos buscando "contenido que valga la pena". Sin contar los 3.000 mil canales en streaming.

Capítulo 4: Cuando los Maestros Eran Casi Dioses (y te Comportabas Como Tal)

En la época dorada de la educación con chola, los maestros tenían un superpoder que hoy se considera prácticamente extinto: "el respeto automático". No necesitaban relaciones públicas; su autoridad venía de fábrica.

Cuando el director caminaba por los pasillos, el silencio se extendía como una onda expansiva. No era miedo; era "reconocimiento de jerarquía". Un concepto tan revolucionario que hoy suena a dictadura.

¿Un maestro te regañaba? Tu reacción no era "voy a demandar por trauma psicológico", sino "¿qué hice mal?". Y cuando llegabas a casa con el reporte, no encontrabas un equipo legal familiar listo para defender tu honor, sino refuerzos de la disciplina. Tus padres y maestros formaban una "alianza estratégica" que funcionaba mejor que la OTAN.

Capítulo 5: La Jerarquía Familiar - Cuando Cada Quien Sabía Su Lugar

La familia funcionaba como una empresa bien estructurada. Los abuelos eran el Consejo de Ancianos Sabios (y sus opiniones eran decretos divinos), los padres eran la gerencia ejecutiva, los hermanos mayores tenían cargos de supervisión, y nosotros... nosotros éramos los practicantes no remunerados.

Pero ¡qué sistema tan eficiente! No había confusiones sobre roles, no había reuniones interminables para "democratizar" las decisiones familiares. El organigrama estaba claro, y todos sabíamos exactamente qué se esperaba de nosotros.

Hoy las familias parecen más bien cooperativas horizontales donde todos tienen voz y voto, incluido el bebé de dos años que opina sobre las vacaciones familiares. "¿A dónde quieres ir de viaje, Pedrito?" "¡Gugu gaga!" "Perfecto, dos votos para Disneyworld."

Capítulo 6: El Minimalismo Involuntario - Cuando Menos Era Realmente Más

Teníamos dos pares de zapatos: uno para la escuela y otro para educación física. "Punto". No había closets que parecieran boutiques, ni crisis existenciales matutinas sobre qué ponerse. La ropa no tenía marcas famosas porque tu valor como persona no dependía de llevar un cocodrilo bordado en el pecho.

Nuestra identidad se construía con:
  • Las notas que sacábamos
  • El respeto que mostrábamos
  • Las travesuras que hacíamos (y cómo las enfrentábamos después)
  • Los chistes que contábamos
  • La lealtad que demostrábamos
No necesitábamos logos para saber quiénes éramos. Éramos nosotros mismos, sin marca registrada.

Compare esto con hoy: niños de 8 años que ya tienen "crisis de estilo" y adolescentes que creen que sin el iPhone más reciente son ciudadanos de segunda clase. Hemos creado pequeños consumistas que confunden identidad con inventario.

Capítulo 7: La Justicia de la Esquina - Tribunal Popular sin Abogados

¿Chalequeo? Se arreglaba a coñazos a la salida, sin protocolos de mediación ni comités de convivencia. Era un sistema judicial primitivo pero eficaz: "causa, efecto, reconciliación".

Te pasabas de la raya, sabías que en la esquina te esperaba el juicio popular. Y lo más increíble es que de ahí no salían traumas generacionales ni terapias de grupo. Salían anécdotas, risas y, a menudo, amistades más sólidas.

Había una pureza en esa justicia directa. Sin intermediarios, sin formularios por triplicado, sin seguimiento psicológico. Solo la honestidad brutal de "te portaste mal conmigo, arreglemoslo cara a cara, y luego vamos por chicles".

Hoy, un pequeño conflicto entre niños requiere más personal especializado que una operación de emergencia: psicólogo, orientador, coordinador de convivencia, trabajadora social, y probablemente un coach de inteligencia emocional.

Capítulo 8: La Psicóloga Sin Título - Terapia de Chola Express

La verdadera revolución en salud mental familiar venía en forma de una "chola de hule" y una madre que sabía exactamente cuándo usarla. No había consultorios elegantes, no había sesiones de 50 minutos, no había facturas astronómicas.

El tratamiento era así de simple:
1. Diagnóstico instantáneo (madre detecta comportamiento inapropiado)
2. Terapia express (chola comunicándose con nalgas rebeldes)
3. Resultado inmediato (comportamiento corregido)
4. Seguimiento (mirada materna durante las siguientes horas)

"Efectividad: 99.9%"
"Costo: $0"
"Efectos secundarios: Respeto y obediencia"

Compare esto con la industria actual de la psicología infantil, donde un berrinche en el supermercado puede requerir seis meses de terapia familiar y una segunda hipoteca para pagarlo.

Capítulo 9: El Silencio de las 8:30 - Cuando las Noches Tenían Paz

A las ocho y media de la noche, máximo nueve, la casa se sumergía en un silencio que hoy parece ciencia ficción. No había pantallas brillando en cada habitación, no había notificaciones cada cinco minutos, no había "ruido digital" contaminando el ambiente.

Era un silencio "productivo". El cerebro descansaba, procesaba el día, se preparaba para mañana. Los pensamientos tenían espacio para organizarse. Los sueños llegaban naturalmente, sin necesidad de aplicaciones de meditación o sonidos de ballenas.

Hoy las casas nunca duermen. Hay pantallas encendidas 24/7, niños que se duermen con tablets, adolescentes que chatean hasta las 3 de la madrugada. El silencio se ha convertido en un lujo que hay que comprar en retiros espirituales carísimos.

Capítulo 10: Cuando Estudiar Era Tu Trabajo (Y No Tu Hobby)

Las buenas calificaciones no venían con premios porque no hacías más que cumplir tu obligación. Estudiar era tu trabajo, y como en cualquier trabajo decente, hacerlo bien era lo mínimo esperado.

Era un concepto revolucionario: "tienes una responsabilidad, cúmplela, punto". No había negociaciones, no había sistemas de recompensas elaborados, no había contratos familiares con cláusulas sobre rendimiento académico.

Las malas notas, eso sí, tenían consecuencias más rápidas que la velocidad de la luz. Aprendías que tus acciones tenían resultados inmediatos y que no todo en la vida venía gratis.

Hoy vemos padres sobornando a sus hijos para que estudien: "Si sacas buenas notas, te compro el videojuego". Hemos convertido la educación en un programa de lealtad de aerolínea.

Epílogo: La Juventud de Cristal vs. La Generación Chola

Al final, esos recuerdos no son solo nostalgia; son el testimonio de una metodología educativa que funcionaba. Una generación que aprendió que la vida tiene estructura, que las acciones tienen consecuencias, que el respeto se gana y se da.

No idealicemos el pasado. Tenía sus durezas, sus momentos de inflexibilidad que pudieron lastimar. Pero también tenía algo que hoy parece escasear: "claridad". Sabíamos qué se esperaba de nosotros, cuáles eran las reglas del juego, qué pasaría si las respetábamos o si las transgredíamos.

Crecimos con límites que, aunque restrictivos, nos daban seguridad. Los límites no eran prisiones; eran marcos que daban forma a nuestra libertad. Era como jugar fútbol: las reglas no arruinan el juego, lo hacen posible.

Hoy vemos una juventud con más opciones pero más confusión, más libertades pero más ansiedad, más comodidades pero menos satisfacción. Han ganado derechos pero perdido estructura. Tienen todo pero no saben qué hacer con nada.

"Tal vez necesitemos un poco menos de terapia y un poco más de chola. Un poco menos de explicación y un poco más de consecuencia. Un poco menos de negociación y un poco más de "porque yo lo digo y punto"."

Al final, en el silencio de esas noches tempranas de nuestra infancia, aprendimos algo que hoy cuesta trabajo enseñar: que hay belleza en la simplicidad, sabiduría en la disciplina, y una extraña paz en saber exactamente dónde uno está parado en el mundo.

Y si algún psicólogo moderno lee esto y se siente ofendido, que sepa que también tenemos mucho respeto por su profesión. Solo que creemos que a veces, una chola bien aplicada puede hacer en cinco segundos lo que una sesión de terapia hace en cinco meses.

"Con cariño y nostalgia (y una chola en la mano),"
"La Generación que Sobrevivió y Prosperó"


"P.S.: Este artículo ha sido escrito sin traumas psicológicos evidentes, lo cual demuestra la efectividad del método tradicional. Los resultados pueden variar según la habilidad materna para el uso de implementos de hule."


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Ricardo Abud (Chamosaurio)

Estudios de Pre, Post-Grado. URSS. M.Sc.Ing. Agrónomo, Universidad Patricio Lumumba, Moscú. Estudios en, Union County College, NJ, USA. Email: chamosaurio@gmail.com

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