Cuando Nadie Me Ve


Por: Ricardo Abud

El cielo gris se desgarraba en finas agujas de agua, clavándose en el pavimento sin piedad. La gente corría, refugiándose bajo toldos y paraguas, riendo, maldiciendo el clima, sin saber que la lluvia y yo compartíamos un secreto.  

Porque cuando nadie me ve, sucede.  

Mis pasos resonaban en el callejón vacío, lejos de miradas curiosas. Las gotas resbalaban por mi rostro como lágrimas que nunca me atreví a derramar en público. Entonces, sentí cómo algo dentro de mí cedía. Las cuerdas,  esas invisibles ataduras que mantenían mi sonrisa en su lugar, mi voz firme, mi corazón bajo control, se soltaron de golpe.  

Y caí.  

No físicamente. Pero mi alma se inundó, igual que las calles bajo el diluvio. Las emociones brotaron como un río desbocado: el dolor que escondí cuando me dijeron que no era suficiente, la rabia por las palabras no dichas, el miedo a nunca alcanzar lo que realmente anhelaba.  

Y entonces, inevitablemente, llegaste tú.  

No en persona, claro. Solo el eco de tu voz en mi mente, repitiendo aquellas últimas palabras: "No puedo darte lo que mereces". ¿Y qué merecía yo? ¿Acaso el amor no era algo que se construía juntos, no un favor que se concedía o negaba? Había dado todo, cada fragmento de mí, convencido de que eras mi destino. Pero el destino no duele así. No deja estas cicatrices en el pecho, como si alguien hubiera arrancado algo que nunca debió tocarse.  

Recordé tus manos, que juraron sostener las mías, y cómo un día simplemente se apartaron. Tus besos, que antes eran refugio, ahora solo vivían en fotografías desvanecidas. Y tu silencio, ese adiós final que no vino con explicaciones, solo con un vacío que creció como la tormenta dentro de mí.  

¿Y qué era lo que deseaba?  

Ya no eras tú. Lo sabía. Era la paz de entender por qué duele tanto soltar lo que nunca fue nuestro. Era el valor para admitir que a veces el amor no se rompe - se deshace, lento e implacable, como un papel que se disuelve bajo la lluvia.  

Me arrodillé en el asfalto mojado, los dedos hundidos en los charcos, como si pudiera encontrar respuestas en su fondo turbio. El agua me envolvía, mezclándose con mis lágrimas, limpiando las heridas que nadie más veía.  

Y por un instante, bajo la tormenta, fui libre. Libre de fingir que no me importaba. Libre de llorar por ti, por mí, por todo lo que pudo ser y nunca fue.  

Cuando la lluvia termino, el cielo comenzó a aclararse. Me levanté, tembloroso pero más ligero. Las cuerdas seguían allí, pero ahora flojas, como marionetas abandonadas. Sabía que al regresar tendría que tensarlas de nuevo. Pero también sabía que, cuando nadie me viera, la lluvia volvería a esperarme.  

Y con ella, la verdad de mi alma.  

Porque el dolor no se va con una sola tormenta... pero cada lágrima es un paso hacia reencontrarme.
Ricardo Abud (Chamosaurio)

Estudios de Pre, Post-Grado. URSS. M.Sc.Ing. Agrónomo, Universidad Patricio Lumumba, Moscú. Estudios en, Union County College, NJ, USA. Email: chamosaurio@gmail.com

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