me he vuelto extranjero de mi propio cuerpo.
La soledad cose sus tiendas nómadas
sobre mi piel, sobre mis huesos.
que hay un afuera donde no me esperan,
donde mis pasos son de nadie,
donde mi nombre es solo eco.
He aprendido el idioma del silencio,
la gramática de los días que no cuentan.
Mis manos han olvidado el tacto ajeno,
mis ojos, la costumbre de ser vistos.
¿Cómo se quita uno esta capa invisible
que pesa como el plomo y vuela como el polvo?
¿Cómo se deja de ser nómada
cuando el desierto está adentro?
La cama es mi única geografía,
el único lugar donde me reconozco.
Aquí no tengo que fingir llegadas,
ni ensayar despedidas.
Pero hay mañanas en que la luz
atraviesa las cortinas como una pregunta,
y pienso que quizás, solo quizás,
hoy pueda anclarme en algo.
Que tal vez desarraigar el desarraigo
sea tan simple como poner un pie en el suelo,
y luego otro, y luego otro,
hasta recordar que también soy un lugar.
