por avenidas repletas de espejos,
cada reflejo es un eco vacío,
un cuerpo que respira,
pero ya no siente.
se vuelven monedas oxidadas
que nadie recoge del suelo.
Los abrazos se han marchitado
como ramas bajo un invierno sin fin,
y la ternura se esconde
detrás de pantallas luminosas
que jamás devuelven la mirada.
¿En qué momento dejamos de ser?
¿En qué esquina vendimos la carne por números,
la dignidad por algoritmos,
la risa por un salario mínimo
y el silencio por miedo?
Nos fuimos borrando poco a poco,
como grafitis lavados por la lluvia,
hasta quedar convertidos en códigos,
en estadísticas que sangran sin gritar.
Y, sin embargo,
queda una chispa oculta en el barro:
un niño que aún pregunta,
una madre que aún espera,
un corazón que se niega a ser máquina.
Quizás allí, en lo pequeño,
se levante de nuevo lo humano,
como un árbol que resiste
en medio del desierto.

