se sienta en mi cama,
me abre los párpados
y me obliga a conversar.
de las palabras que no dije,
y de la vida que me espera
en un mañana que no llega.
Los relojes se burlan,
avanzan y retroceden a su antojo,
como si fueran dueños del destino.
Entre el silencio y el zumbido lejano,
descubro que mi mente es un teatro,
y cada pensamiento, un actor sin libreto.
Al amanecer, el insomnio se despide,
pero deja su sombra tendida,
esperando la próxima noche
para volver a interrogarme.

