una llave sin cerradura,
y la foto de una tarde gris
que aún huele a despedida.
un testigo que me observa callado.
Yo lo toco y siento que sangra
una memoria que no cicatrizó.
No quiero tirar nada,
porque sé que tiraría también
los nombres que me habitaron
y que aún me reclaman.
Así vivo, rodeado de restos,
construyendo un museo personal,
donde las vitrinas son mis ojos
y la entrada, mi tristeza.
