las dobló como pájaros sin alas
y las dejó en un limbo de papel,
esperando un lector inexistente.
cada sobre, un ataúd diminuto.
Nadie respondió jamás,
pero el silencio se volvió costumbre.
Seguí escribiendo como un náufrago
que lanza botellas al mar,
sabiendo que la esperanza
es también un modo de hundirse.
Hoy releo mis cartas y sonrío:
hablaban de ti, sin nombrarte,
como si ya supiera
que nunca llegarías.

