No hubo más norte ni sur, solo el vértigo del instante.
Los cuerpos se dijeron todo sin hablar,
lenguaje de piel que el alma entendía
como quien reconoce una melodía perdida.
y el mundo giró en silencio a nuestro alrededor.
Cada pestaña era una lluvia de luciérnagas,
cada latido una campana invisible
que anunciaba el nacimiento de algo eterno.
Besar fue crear un lugar,
una casa donde habitan dos respiros,
una esquina del universo
donde el infinito aprendió nuestro nombre.
Ese beso aún flota en la órbita del recuerdo.
Y aunque el tiempo siguió su marcha,
nada volvió a tener la misma forma.
Porque la eternidad, lo supe ese día,
no es una promesa:
es un beso que nunca termina de irse.

