Los extraño en cada amanecer que me encuentra despierto,
como si sus risas fueran el sol que ya no toca mis ventanas.
pero cuya luz siento aquí, cruzando kilómetros y silencios.
José, aprendiendo de la vida con la valentía que heredaste sin saberlo,
caminando firme, descubriendo mundos que un día también soñé.
Y Juan, eterno torbellino, sembrando travesuras en todos los rincones,
recordándome que la alegría es un idioma que no necesita distancia.
Darian, mi muchacho de triunfos que no alcanzo a ver con estos ojos,
pero que celebro igual, como si estuviera ahí,
aplaudiendo hasta que me duelan las manos,
orgulloso de cada paso que te abre el cielo.
Cómo quisiera abrazarlos,
detener el tiempo un segundo y mirarlos crecer sin prisa.
Pero la vida ha puesto muros que no sé derribar,
y aun así, desde este lado del mundo,
los llevo conmigo en cada latido que me sostiene.
Sepan que los amo con la fuerza de todo lo vivido,
con la certeza de que son lo más hermoso que el destino me regaló.
La distancia no borra nada;
solo hace más grande este amor que los nombra a cada instante.
Y aunque no esté, estoy:
en su memoria, en sus historias, en el eco de mi cariño que no se apaga.
Son el eco de risas que el tiempo me regaló.
En sus ojos veo renacer las alegrías,
en sus abrazos encuentro todo lo que el corazón soñó.
Son promesas de mañana, ternura del presente,
raíces de mi árbol que florecen diferente.
Cada sonrisa suya borra cualquier pesar,
y en sus pasos pequeños aprendo a volar.
Los amo con la fuerza de mil primaveras,
con la calma del mar y la pasión de las estrellas.
Son mi legado vivo, mis dulces quimeras,
el amor más puro que late en estas venas.
Que sepan siempre, cuando crezcan y el mundo conozcan,
que en el corazón de su abuelito tienen un hogar,
un amor eterno que el tiempo no desgasta,
un refugio seguro donde siempre podrán descansar.
Siempre serán mi orgullo, mi ternura y mi razón.
Siempre serán mi abrazo pendiente y mi alegría futura.
Siempre estarán en mi corazón.
