con cada rostro que rozó mi historia,
con quienes siguen siendo luz
y con quienes se volvieron distancia.
el suave murmullo de los días
que me despiden sin prisa.
Sé que, gota a gota,
el agua de la memoria desciende sobre mi alma;
es un río tenue que pule mis bordes,
que erosiona silencios y heridas,
que disuelve lo que ya no pesa
y deja en mis manos apenas
lo que aún deseo recordar.
Poco a poco, la vida se recoge
como una lámpara al final del pasillo,
apagándose sin dolor,
sin temor,
como un suspiro que vuelve al mundo
y renuncia a su forma.
Pero hay recuerdos que sostengo a diario,
como quien protege un fuego mínimo
del viento que todo lo quiere llevar.
Son nombres, momentos, miradas
que no permito que la corriente borre,
porque en ellos habita lo que fui
y lo que aún respiro.
Y mientras la luz mengua,
mientras mi voz se hace más baja
y el horizonte se acerca sin herirme,
agradezco cada gota,
cada sombra,
cada paso que me condujo aquí:
a esta calma profunda
donde ya no temo partir,
porque me llevo conmigo
lo esencial.
