como un viento que no huele a nada
y, sin embargo, enfría los huesos.
Te sientas a mi mesa,
mueves las piezas del día
y dejas las certezas boca abajo.
donde antes danzaba el agua sin miedo.
Apareces cuando la esperanza
se distrae mirando al cielo
y tú, paciente,
cobras el precio de cada ingenuidad.
Me obligas a mirar hacia dentro,
al rincón donde guardo
lo que nunca dije en voz alta.
Allí preguntas, señalas, desordenas,
como quien sabe que en el caos
hay un idioma que duele más que cualquier palabra.
Pero también, desilusión,
eres la maestra que no pedí
y que igual termina enseñando.
Porque después de tu sombra
llega, tímida y frágil,
una luz que ya no confía,
pero que insiste en encenderse.

