las agujas marcaban un tiempo sin dueño,
y en el andén vacío respiraba el polvo
como si esperara una palabra que no llega.
con secretos dentro que no supieron volar.
El eco de las despedidas aún resuena
como un péndulo atado a la memoria.
Allí, el reloj dejó de contar
porque la nostalgia lo obligó a rendirse.
Las paredes, con grietas como venas,
se aferraban al último rumor humano.
Y yo, sentado frente al silencio,
me convertí en viajero sin destino,
con los ojos llenos de rieles
y un boleto hacia la nada.
