tu voz aún dibuja constelaciones
sobre la pantalla vacía de mi teléfono.
cada mensaje que nunca llegará,
un pájaro que olvidó el camino de regreso.
Edgar, guardián de los puentes invisibles,
arquitecto de la distancia convertida en cercanía:
construiste catedrales con palabras semanales,
edificaste templos donde la ausencia
jamás pudo plantar su bandera negra.
Ahora habitas ese país sin relojes,
esa orilla donde el tiempo se desnuda
y camina descalzo sobre la eternidad.
Tu cumpleaños es un faro encendido
en la niebla de lo que ya no se toca
pero nunca deja de latir.
Guardo tus llamadas como quien atesora lluvia,
cada conversación, un río que no se seca
aunque el manantial haya viajado más lejos.
La nostalgia es apenas el precio de la ausencia,
esa moneda brillante que pagamos contentos
por haber conocido lo irremplazable.
Que donde estés, Edgar,
las palabras vuelen libres como promesas cumplidas,
que tu risa sea semilla en jardines sin otoño,
y que ese próximo encuentro sin adioses, sin sombras
sea el abrazo definitivo,
el reencuentro que borra todas las distancias
y convierte el silencio temporal
en sinfonía perpetua.
Feliz cumpleaños, navegante del más allá.
Tu ausencia física es sólo geografía equivocada:
en el mapa de quienes te amaron, nunca te fuiste.
