como santuarios de memoria viva,
sus camas hechas esperando el regreso,
sus closets llenos de ropa que dejaron,
de sueños que se mudaron lejos.
aún cuelga el vestido de graduación,
sus libros esperan en la estanterÃa,
su espejo guarda el reflejo
de la niña que se hizo mujer.
La habitación de mi hijo menor
tiene pósters de sus equipos favoritos,
trofeos que ganó en el colegio,
carros de juguete que ya no maneja
pero que mi corazón no puede botar.
Camino por estos pasillos sagrados
hablando con ecos de sus voces,
sintiendo fantasmas de sus abrazos,
reviviendo cenas y conversaciones
que el tiempo convirtió en tesoros.
Y aunque sé que tal vez no regresen,
que sus vidas están plantadas lejos,
mantengo sus cuartos como altares,
porque esta casa los ama tanto
que nunca dejará de esperarlos.