lunes, octubre 15, 2007

La revolución del amor

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La revolución del amor

A Andrés, Adrean y Areana, mis hijos que han
dejado de ser pequeños, y la sombra de
sus recuerdos no me permite verlos de
otra manera, mis pequeños y amados
transeúntes de mi única verdad.

El cansancio golpeaba mis extrañas, el sueño dominaba mi alma. La sombra de un abedul fue mi refugio en esa noche blanca cubierta de estrellas imberbes de luz fluorescentes. Todo el día perdido en mí soledad, camino sin fin, las piernas no me respondían, mis pensamientos se extraviaban en el delirio del desesperado.

Kilómetros de largo recorrido en busca de una trinchera que abrazara mi sumisión al inhóspito deambular por tierras desconocidas. El camino maltrecho por su virginidad celestial y su arrogancia erudita, era la piedra que movía mi ira en la búsqueda del fin.

Dos días con sus noches de pesares continuos embriagaban mi vida de miedos, la paz y la calma era el sinónimo de mi desasosiego.

Tierras cubiertas de poca vida se entrelazaban en mis pasos y mutilaban la ansiedad de seguir en procura del encuentro con la sanidad de mi corazón.

El recuerdo de la ciudad bañaba mi espíritu, no sabía por qué estaba enlutado en la salvaje pasión de mi soledad.

La primera noche no pude conciliar el sueño, imágenes bordeaban mis recuerdos y se inmutaban ante la transparencia de lo vivido. Soñaba por minutos y súbitamente despertaba, malhumorado, sin reconocer la verdad que era evidente, estaba perdido, no había norte visible.

La corriente del viento golpeaba mi cara y mi cuerpo, haciéndolo estremecer de frió, creía morir, se me apagaban las ganas de continuar.

Al amanecer, después de conciliar unas pocas horas de sueño, desperté más calmado y me dispuse a seguir la búsqueda del camino que me conduciría hacia mi fin. Sin brújulas, desorbitaba mi impaciencia, no tenía rumbo, la desesperación se apropiaba de mí.

Los pensamientos rechinaban en mi mente y me ayudaban a seguir. Del recuerdo próximo de mis hijos obtenía fuerzas para no desfallecer.

Las palabras no afloraban, sólo hablaba con Dios en silencio. Triste primer día de mi vida perdido en el horizonte infinito.

Los recuerdos de mi juventud eran precisos, podía revivir casi de manera automática, cada detalle, mí primera locura y encuentro con el amor era casi transparente.

Podía recordar, incluso, mis primeros días en la escuela, el temor se apoderó de mí, no es bueno recordar tantos detalles en la desesperación, todo indicaba que expiraban mis fuerzas y se disipaba mi vida, llegué a ver un túnel con luces y lloré incauto de nostalgia. Tenía la certidumbre que moriría.

De pronto, empecé a eliminar mis recuerdos uno a uno, me prohibí recordar, y la vida vino a mí nuevamente, no paraba de caminar, mis pasos eran más rápidos con la tarde, casi llegaba al refugio del amor, de la vida, fue sólo un espejismo.

Mi pubertad fue maravillosa y cubierta de mucho amor, atiné a referirlo en mi primer monólogo con Dios, él guiaba mis pasos desorientados en la oscuridad de mi primera noche, fue mi compañía, fue mi amigo. Él no quiso que eliminara mis recuerdos en la noche, los traía a la conversación. De repente me dijo: “háblame del amor”. Me resistía, hablar del amor era recordar, yo sólo quería olvidar. Su insistencia me obligó a rebelarme, sólo quería descansar.
El segundo día fue más tormentoso que el primero, menos esperanza, más ansiedad, menos vida, más ilusión. No tenía fuerzas para dormir, el cansancio era total, temía dormir y no despertar. Dios acarició mi alma y, para no dormir, retomé nuestro primer monólogo convertido en diálogo y hablamos del amor.

El amor como la inmensidad del cielo infinito, como la expresión más brutal de sentimientos. El amor surge como una necesidad de sentir tu presencia. La caricia intrínseca del amor de padre, de madre, de hijo o hija, del hermano, hermana, de los abuelos cómplices, de la mujer amada. Cuando ese sentimiento, el amor, desaparece de nuestras vidas, nos convertimos en asesinos autómatas de la verdad, atropellamos la razón con la prepotencia de nuestra maldad, nos transformamos en seres desquiciados abrazando la locura más estruendosa de desigualdad social. Inferimos que nuestra alma posesa, es sólo para desdibujar nuestra autonomía infernal, el egoísmo se apodera de nuestras almas y nos hace soldados profanos de la infelicidad. No amar es ser esclavo de la intransigencia, es ser militante de la autodestrucción inmisericorde del más bello y sagrado sentimiento que nos motiva a vivir.

Amar, mi Dios amado, es admirar la belleza hecha metáfora y la representación sistemática del verbo, el cual se traduce en un poema, en un canto a la esperanza.

Amor es la risa de un niño en la inocencia de sus travesuras, es expresión innata de una caricia materna o paterna. Amar es sentirse amado por la mujer deseada, el beso púdico, el orgasmo conjunto, la pasión noble y desinteresada, un sentimiento gratuito cargado de transigencia, de comprensión. Amar es respeto.

Dios, ante mis palabras, me miraba con compasividad solidaria, él sabía que mucho de lo conversado eran sólo palabras de un hombre desesperado que buscaba su perdón ante el inminente hecho de mi expiración. Las ganas de vivir eran pocas, el cansancio tomaba mi alma muy lentamente, el sufrimiento era total, no bastaba su presencia y su misericordia, era inevitable, la oscuridad era mayor a mis ganas de vivir.

Al tercer día la frustración dominaba todo mi cuerpo, amaneció más temprano, el día se vislumbraba más largo. El agua se perdía en el olvido, las alucinaciones tomaron por asalto los restos de mi poca existencia.

No podía incorporarme, entendí que todo era cuestión de horas. Entretanto reflexionaba acerca de todo el tiempo perdido y todo lo que había dejado de amar, sabía lo que significaba esa palabra tan corta, pero mis miedos no permitían vivir lo que entendía tan bien.

Mis miedos se mezclaban, sabía qué era el desamor, la entrega, temía amar nuevamente, mi egoísmo era mayor que mi capacidad de recapacitar, el juego era sólo producto de las añoranzas, mi defensa era la coraza que se había formado en mi corazón, simplemente me negaba a ese sentimiento que una vez explotó mi alma. Dueño del egoísmo, transitaba mi vida inmersa en el desierto de mi furia, de mis errores, la voluptuosidad del sufrimiento había opacado mis virtudes, moría lleno de infelicidad, golpeado por la traición, ¡pobre de mi alma en su triste ocaso!

La fábula de mis sentimientos estaba ceñida a mi compasión, creyente y lleno de estruendosas e insanas pasiones, me protegía de la maldad, no había posibilidad de amar, las pérdidas pasadas me creaban resistencia tácita a desproteger mi virtud de amar.
Guarnecido a la sombra de nadie, esperaba en la lentitud de mis razonamientos la llegada del fin terrenal, prisionero de mí mismo, de mi insanidad.

El coito de mi demencia y mi fragilidad se unieron para vituperar mi incapacidad de amar. El día se hizo noche, deseaba no pensar, no recordar, sólo quería absorber los pocos destellos de luz que la luna me brindaba. Con el correr de la noche, la lenidad de la lluvia arropaba mi ser, me negaba a mojar mis labios de agua, la inanición se adueñó de mi razón. Pedí a Dios cargara con mi alma, lleno de amor susurro en mis oídos: “no es tu hora, no es tu día, no es tu año, vivirás”. Sus palabras retumbaron cual eco en mi conciencia y un suspiro de esperanza tocó una puerta ya cerrada en mi corazón desquebrajando la coraza interpuesta entre el amor y el desamor.

Al cuarto día los rayos de luz emitidos por el sol lubricaron en mí la esperanza, lentamente pude incorporarme, dí algunos pasos, y en la lejanía observé la belleza y al aroma pardo de los pétalos de las flores, más adelante la sublimidad del cauce de un rió majestuoso me indicó el camino a seguir, fueron pocos los pasos hacia lo cierto, estaba encaminado y dispuesto a llegar al fin del encuentro, comenzaba para mí la revolución del amor.

Amar es la capacidad que tenemos todos de ver la vida con respeto, la posibilidad que nos brinda los límites entre lo bueno y lo malo, la razón que nos motiva a seguir viviendo ¡nunca dejen de amar! Quién nunca ha escrito un poema nunca ha conocido la bellaza del amor y el desamor. Amar es el tránsito hacia la felicidad. El desamor no es más que el amor en tránsito y el proceso de evaluación.

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