No sé cómo explicarlo sin que parezca exagerado,
pero contigo no sentí un comienzo,
sentí un regreso.
Como si en tu voz hubiera un rincón que yo ya conocía,
como si tu risa tan tuya
me hablara de un tiempo donde también fui yo,
pero distinto.
Desde el primer cruce de miradas,
supe que algo en mí iba a tambalear.
No por debilidad, sino porque eras ese espejo
que no solo refleja:
desnuda.
Tú me ves sin que te diga.
Me tocas sin que te acerques.
Y cuando me alejo,
es cuando más fuerte habitas en mí.
Tal vez por eso me cuesta soltarte,
aunque a veces duela,
aunque no entienda todo,
aunque el amor entre nosotros tenga grietas,
yo las miro y aún así…
elijo ver la luz.
Tú no eres solo un amor,
eres una pregunta que me despierta.
Una herida que me cura.
Un suspiro que no se disuelve.
No sé qué seremos,
ni si el destino se atreverá a escribirnos con tinta definitiva.
Pero si hay algo que te pido,
desde este rincón callado del alma,
es que nunca olvides lo que fuimos cuando no éramos nada,
y lo que somos, incluso cuando fingimos ser solo recuerdos.
Porque si esto no fue amor,
entonces no quiero saber qué lo es.
