aunque sé que comeré solo otra vez,
porque mis manos no saben cocinar
para uno solo después de tantos años
de preparar comida para mi familia.
los frijoles con el sazón que aprendí
viendo a su madre en esta misma cocina,
cuando la casa se llenaba de aromas
y de voces pidiendo "¿ya está listo?".
Me siento en mi silla de siempre,
y les cuento cómo fue mi día,
les hablo de la vecina que pregunta,
del médico que dice que estoy bien,
de cosas que sé que les importan.
Sus sillas vacías me escuchan atentas,
son testigos silenciosos de mi amor,
de palabras que viajan por el aire
buscando oídos que están tan lejos
pero que siempre viven en mi corazón.
Cuando termino, lavo un solo plato,
pero guardo los otros en su lugar,
porque mañana volveré a esperarlos,
porque el amor de padre es así:
nunca deja de poner la mesa.