los puentes que abrazan un río de historias,
donde cada adoquín susurra en lenguas extrañas
y las campanas marcan tiempo ajeno.
de castillos que se alzan como sueños de piedra,
sus calles empedradas, laberinto de siglos,
donde aprendí el sabor de la distancia.
Pero algo late inquieto en este pecho errante,
un tambor que no calla, que llama desde lejos,
donde las montañas no son castillos fríos
sino gigantes verdes que abrazan el hogar.
Falta poco, me dice el corazón impaciente,
para que estos pasos recobren su compás,
para desmontar nuevamente el ocaso
que baña de oro las cumbres conocidas.
Aquí, entre torres góticas y plazas de cuento,
mi alma se vistió de melancolía dorada,
pero allá me esperan calles que me conocen,
voces que pronuncian mi nombre como una oración.
Pronto cambiaré el frío de estas piedras nobles
por el calor que abraza sin pedir permiso,
donde no soy extranjero en mi propia piel,
donde mis pasos saben hacia dónde van.
El tiempo se adelgaza, se hace transparente,
y ya siento en el aire ese perfume único,
mezcla de lluvia tropical y esperanza,
que solo existe donde el alma tiene casa.
Bella dama europea, guardo tu recuerdo
como una foto sepia en el corazón,
pero mis raíces llaman desde América,
desde esas montañas que son mi religión.