Como espadas forjadas en el yunque del dolor,
las amenazas nacen del corazón herido,
cortando el aire con filo vengador,
dejando cicatrices en lo que fue querido.
nos enseña la sabiduría antigua,
y cuando el alma en tinieblas se sofoca,
brotan palabras que el espíritu fatigan.
El resentimiento es hiedra venenosa
que trepa por los muros del alma,
ahogando la paz, marchitando la rosa
que un día floreció en nuestra calma.
"La blanda respuesta quita la ira",
susurra el viento entre los olivos,
pero el corazón airado conspira
sembrando cardos donde hubo cultivos.
¿Qué cosecha el labrador de amenazas?
Campos baldíos, tierra salada,
donde ni el perdón ni la esperanza
pueden echar raíz en la morada.
"El que guarda rencor es como quien
toma veneno esperando que otro muera",
pues el odio es serpiente que muerde
primero al pecho que lo albergara.
Las palabras son semillas al viento:
siembras espinas, espinas recoges,
siembras amor, y el firmamento
te devuelve la luz que escoges.
"Bienaventurados los pacificadores",
proclama la voz que no se calla,
pues son ellos los sanadores
de un mundo roto, son quienes hallan
en la mansedumbre su fortaleza,
en el silencio su elocuencia,
transformando ira en terneza,
convirtiendo guerra en clemencia.
Que tus labios sean fuente de agua viva,
no pozos de amargura salobre,
que tu palabra sea constructiva,
puente de luz para el alma pobre.
Porque al final del sendero,
cuando el tiempo nos juzgue,
no preguntará cuánto fuego
esparcimos, sino cuánta luz
sembramos en tierra sedienta,
cuánto amor dimos sin medida,
si fuimos bálsamo que alienta
o espina que hiere la vida.
"Por sus frutos los conoceréis",
y las amenazas son fruto amargo
que envenena a quien las vertéis,
volviendo dulce corazón en algo
marchito, seco, sin piedad...
Elige, alma mía, el perdón,
que en él florece la verdad
y sana toda laceración.

