un puñado de latidos que golpean sin fuerza,
como si cada uno buscara una salida
en un cuarto donde las paredes se estrechan sin piedad.
como un reloj cansado que dejó de creer en las horas.
La tristeza se ha vuelto mi idioma más natural;
me habla desde cualquier rincón del silencio,
murmura en la espalda del viento,
y se enreda en mis pensamientos como un hilo oscuro
que no encuentra tijeras que lo rompan.
Hay un peso antiguo en mis hombros,
un susurro que me recuerda lo que ya no vuelve.
La ausencia es un animal que aprendió a dormir a mis pies,
respira conmigo, sueña mis desvelos,
y me acompaña en cada gesto que hago hacia la nada.
A veces la miro sin verla,
y otras, cuando cierro los ojos, es tan inmensa
que parece devorar la forma misma del mundo.
He dejado de ser aquel que reía sin pensar,
hoy camino como quien pisa un suelo hecho de recuerdos rotos,
donde cada fragmento hiere, donde cada intento duele.
El futuro se ha convertido en un pasillo interminable,
iluminado solo por la sombra de lo que no fue;
un eco que resuena aun cuando ya no tengo voz para responderle.
Y la esperanza…
ah, la esperanza es apenas un suspiro escondido
en los laberintos más densos de la oscuridad,
una chispa que titila sin milagros,
un pequeño temblor que no se atreve a decir mi nombre.
La busco, aunque sé que se esconde de mí,
como un pájaro que ha aprendido que mis manos no pueden sostenerlo.
