Las Navidades de Papá


Por: Ricardo Abud

Tanto yo como mis hermanos, tenemos grabada en nuestra memoria y el alma, las navidades que nos proporcionó nuestro amado padre, podríamos decir como muchos dirán que esas navidades fueron las mejores cada quien en sus respectivos hogares. Para mi y mis hermanos son recuerdos luminosos que atraviesan el tiempo y nos recuerdan quiénes fuimos y de dónde venimos. Para nuestro padre, un hombre norteamericano que había hecho de nuestra casa su hogar, el 24 de diciembre no era simplemente una fecha en el calendario, era la celebración más sagrada del año, incluso por encima del Día de Acción de Gracias, esa festividad tan profundamente arraigada en su cultura de origen.

Había un sonido particular en aquellas Navidades: el murmullo continuo de las voces humanas sin competencia. No existía el zumbido de notificaciones, ni el brillo hipnótico de pantallas reclamando atención cada pocos segundos. Lo extraordinario de papá era su capacidad para crear abundancia, no solo material sino emocional. La mesa familiar se transformaba en un altar de generosidad donde convergían tradiciones de dos mundos: las frutas frescas y brillantes, los quesos y jamones que él seleccionaba con meticuloso cuidado, convivían armoniosamente con el pernil dorado y las hallacas, que son el alma culinaria de la Navidad venezolana. En esa mesa se escribía, sin palabras, un tratado de integración cultural donde el respeto y el amor eran los únicos idiomas necesarios.

Los regalos se apilaban generosamente, pero el verdadero obsequio era otro: su presencia plena, su convicción inquebrantable de que esas fechas exigían algo más que celebración superficial. Para él, la Navidad demandaba un compromiso absoluto con el hogar y la familia. "Estas fechas son para estar en casa", nos repetía con esa mezcla de ternura y firmeza que solo los padres saben dosificar. Y aunque nos invitaba a convocar a nuestros amigos y amigas, a abrir las puertas de nuestro hogar para que otros compartieran nuestra felicidad, el mensaje era cristalino: el epicentro de todo debía ser la familia, ese núcleo insustituible donde uno aprende a amar, a pertenecer, a ser.

Como olvidar aquellas noches en que, nuestro padre imponía el decreto del sueño frente a nuestra resistencia heroica, la hora de dormir era el inicio de una batalla diplomática donde pedíamos tiempo con la desesperación de quien sabe que algo grandioso está por suceder. Una vez en la cama, la oscuridad se llenaba de magia y nuestros oídos se agudizaban buscando el crujido de un trineo o un susurro divino, mientras la imaginación proyectaba en nuestra mente escenas que ninguna película podría superar. Algunos intentábamos resistir al sueño y otros nos dormíamos abrazados a la fe de que el mundo era un lugar bondadoso, para finalmente despertar y correr juntos hacia la sala. Allí, frente a los regalos, la felicidad era absoluta y el papel se rasgaba con una ferocidad alegre, descubriendo juguetes que en ese momento eran lo único que existía en nuestro universo, sellábamos un pacto de amor y fe que se grabó en nuestra memoria mucho más allá de cualquier registro digital, confirmándonos que, mientras estuviéramos juntos, la bondad siempre sería recompensada.

El Año Nuevo, en cambio, revelaba otra faceta de papá, más íntima y vulnerable. Dependiendo de su estado de ánimo, esa noche podía transcurrir de maneras completamente distintas. A veces se unía a la celebración familiar, otras veces se retiraba temprano a su cuarto, se ponía la pijama y simplemente dormía, dejando que el año viejo se fuera y el nuevo llegará sin fanfarria ni artificio. Esa impredecibilidad, lejos de desconcertarnos, nos enseñó algo profundo sobre la humanidad de nuestro padre: que incluso los pilares más sólidos de la familia tienen derecho a sus propios ritmos internos, a sus silencios, a sus momentos de introspección. Papá nos mostró que no hay que estar siempre "encendido", que está bien retirarse cuando el espíritu lo pide, que la autenticidad emocional es más valiosa que la obligación social.

Quizás papá comprendía algo que muchos olvidan en medio del vértigo moderno: que la abundancia verdadera no se mide en la cantidad de compromisos sociales que podamos acumular, sino en la profundidad de los vínculos que cultivamos. Él había cruzado fronteras, había mezclado tradiciones, había aprendido a amar hallacas tanto como pavo, pero nunca había perdido de vista lo esencial. En un mundo que cada vez más nos empuja hacia afuera, hacia el ruido y la dispersión, papá construyó un refugio donde el tiempo se detenía, donde ser familia no era un concepto abstracto sino una práctica diaria, especialmente intensa en esas fechas señaladas.

Las Navidades actuales no son peores necesariamente, pero son fundamentalmente diferentes. Son más fotografiadas que vividas, más compartidas que experimentadas, más documentadas que sentidas. El árbol se decora pensando en cómo lucirá en Instagram. Los regalos se abren con una cámara grabando para enviar videos a familiares distantes. La cena se interrumpe constantemente mientras cada quien revisa mensajes, publica stories, responde en grupos de WhatsApp. La conexión digital ha sustituido parcialmente a la conexión humana directa, y aunque hemos ganado alcance, hemos perdido profundidad.

Hoy, cuando recorremos esos recuerdos con la nostalgia que otorga la distancia, comprendemos que papá nos estaba enseñando una lección fundamental sobre lo que significa construir un hogar. No se trata sólo del espacio físico ni de la comida sobre la mesa, aunque ambas cosas importan y él las proveía con generosidad. Se trata de crear un espacio emocional donde cada miembro de la familia sabe que pertenece, donde la presencia de cada uno es necesaria e insustituible, donde las tradiciones se honran y se reinventan al mismo tiempo, donde también se respeta el derecho de cada quien a vivir las celebraciones según sus propias necesidades emocionales.

Las navidades de papá eran navidades de abundancia, sí, pero no la abundancia vacía del consumismo desenfrenado. Era la abundancia del tiempo compartido, de las risas alrededor de la mesa, de los amigos que se sumaban a nuestra celebración y se convertían en familia extendida, del pernil que perfumaba toda la casa, de las hallacas preparadas con paciencia y amor. Era también la abundancia de comprender que el amor familiar incluye respetar los espacios individuales, las noches en que alguien prefiere la soledad de su cuarto y el consuelo de una pijama cómoda mientras el mundo afuera cuenta regresivamente hacia la medianoche.

Ese legado perdura. En cada Navidad que celebramos ahora, en cada intento por reunir a la familia, en cada esfuerzo por mantener vivas las tradiciones que él valoraba, papá sigue presente. Nos enseñó que las fechas importantes exigen presencia real cuando la tengamos para dar; que la familia no es un accidente biológico sino una construcción cotidiana de amor y comprensión; que es posible honrar nuestras raíces mientras abrazamos nuevas tradiciones; que el verdadero regalo navideño es el tiempo que dedicamos a quienes amamos; y que también está bien retirarse, descansar, escuchar nuestro propio corazón cuando este nos pide quietud. Lamentablemente la dinámica del país, obligó a todos a migrar a donde papá pertenecía y hoy cada quien vuela libre en estas celebraciones, aunque nosotros los hijos e hija de papá tratemos de mantenernos unidos en familia. Hoy se juntan en el día de Acción de Gracias y se desjuntan en navidades. 

Las navidades de papá no terminaron con su partida; continúan en cada uno de nosotros, en nuestros propios hijos a su manera, en la certeza de que algunas tradiciones merecen ser preservadas porque contienen verdades atemporales sobre lo que significa ser humano, ser familia, estar en casa, y también sobre la importancia de honrar nuestros propios estados de ánimo con la misma gentileza con que honramos a quienes amamos. Seguiré honrando la memoria de nuestro padre y viviré lo que me quede con esos valores que nos transmitiste. Gracias papá.   

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Ricardo Abud (Chamosaurio)

Estudios de Pre, Post-Grado. URSS. M.Sc.Ing. Agrónomo, Universidad Patricio Lumumba, Moscú. Estudios en, Union County College, NJ, USA. Email: chamosaurio@gmail.com

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