Pasan los días y las noches, el sueño no controlado y transformado
en insomnio no augura un descanso reparador.
La mente se mantiene activa, no desfallece y el cansancio la
agobia, surgen las inconsistencias y la palabra se enreda en el decálogo de la vida.
El dolor es parte inconfundible en la ausencia del sueño, no
hay rencores, ni retaliaciones, solo se escuchan incoherencias que no son
respondidas, la polémica no es saludable.
De repente el sueño alcanzo su objetivo y con él, algunas visiones que se producen propias del
estado somnoliento. Un viaje ha comenzado, el alma se ha desprendido de la
naturaleza humana, su destino el cielo. A mitad de camino hacia el cielo llega
el momento en que no siento el sufrimiento,
queda escondido en un trayecto imperceptible que no logro distinguir, la
flexibilidad es total, floto sin distracción terrenal colmado de felicidad
austral, atrás ha quedado todo.
No sé con exactitud cuánto he viajado imposible
cuantificarlo, todo ha sido muy rápido, mientras más me elevo, retumban en mi mente
muchos nombres del pasado, miro hacia abajo y las nubes me impiden ver que
estoy dejando atrás, solo escucho a lo lejos la voz de Areana, Aisha, José y
Juan, escucho un susurro de reclamo es Darían que se niega a no conocerme,
estoy a mitad del trayecto, comienzo a percibir rostros conocidos, no hay
dolor, todo hace indicar que la felicidad es total.
La presión aumenta y ya no se distinguí el sueño o la
realidad, las lágrimas comienzan a inundar mi rostro, tengo que regresar y
despierto con una aprensión y un leve dolor en el pecho, es hora de levantarme,
comienza un nuevo sábado y con ellos la rutina que me hace sufrir y agradecer, al
montar a mi bella y amada madre en el carro. Pude dormir algo, no tanto como
hubiese querido el cansancio perdura y la tristeza aumenta.
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