Entre los estantes infinitos
de la biblioteca universitaria
guardé más que libros leídos:
guardé pedazos de mi alma joven.
se volvió cómplice de mis búsquedas,
no solo de conocimiento académico
sino de respuestas sobre la vida.
Los susurros eran la música
que acompañaba mis investigaciones,
el rumor suave de páginas
que giraban como hojas de calendario.
Biblioteca querida, santuario
donde aprendí que leer es rezar,
que cada libro es una oración
y cada página, una bendición.