descubrí que las palabras pesan,
que cada verso de Pushkin lleva
el alma completa de una nación.
Aprendí a leer entre las líneas
la historia que no está en los libros,
la que se escribe con lágrimas
y se borra con el tiempo.
Tolstói me enseñó que la guerra
también se libra en el corazón,
y Dostoyevski, que la redención
es posible hasta en el dolor más hondo.
Moscú me regaló su literatura
como una madre regala abrazos:
generosa, incondicional,
transformadora hasta los huesos.