donde el alma reposa en su andar,
regresas tú, dulce brisa,
trayendo la paz que supo esperar.
ilumina caminos de antaño,
y en cada paso, una ternura,
que disipa el miedo y el daño.
Las sombras susurran secretos,
de noches pasadas, de anhelos,
pero en tu abrazo, amor perfecto,
se disuelven los lamentos y celos.
Entre tus manos y las mías,
hay un puente de luz que se construye
cuando regresas a mi presente.
Las sombras, antes fieles compañeras,
se deslizan hacia los rincones.
Tu regreso es amanecer:
claridad que invade los espacios vacíos
donde tu ausencia cultivaba dudas.
El alma, antes inquieta,
encuentra su cauce en la calma.
Nos miramos luz contra luz
y nuestras sombras danzan juntas,
ya no como fantasmas del miedo,
sino como testigos de lo que perdura
cuando el tiempo intenta separarnos.
En la presencia de tu ser
el alma recupera su centro.
Paz que no es silencio,
sino el murmullo constante
de dos corazones que se reconocen.
Regresas, y contigo
vuelve la verdad más simple:
que en esta danza de luz y sombra,
el amor no teme a la oscuridad
cuando sabe encontrar el camino a casa.
Eres la luz que despierta mi esencia,
la calma que anida en mi pecho,
y en tu mirada, la presencia
de un amor que, al fin, es derecho.
Así, en el juego de luces y sombras,
en el regreso, hallamos la paz,
un amor que nunca se nombra,
pero en el silencio, siempre será.