ni el susurro del final,
pues no es muerte lo que llega,
es un viaje celestial.
Es la puerta que se abre
hacia un tiempo sin dolor,
donde el alma se desprende
y me abrazo con mi Dios.
ni vestido de esplendor,
llevaré tan solo huellas
de lo dado con amor.
Mis errores y mis luchas,
mi tristeza y mi canción,
serán cartas presentadas
en silencio ante el Señor.
No me espanta lo que aguarda,
ni me asusta lo que fue,
pues en cada paso incierto
Él sembraba su porqué.
Cada día de tormenta
me formó para este andar,
y su voz, como una brisa,
me enseñó a perseverar.
Cuando llegue ese momento,
y mi aliento diga adiós,
mi alma no irá errante,
irá directa hacia Dios.
Como río que regresa
al origen de su ser,
como llama que se eleva
al principio de ayer.
Veré rostros que he amado,
que partieron tiempo atrás,
y sabré que nunca mueren
los que viven en paz.
Me fundiré en Su mirada,
tan eterna y sin rencor,
y sabré que ya no hay dudas,
ni distancia, ni dolor.
Al morir, no habrá derrota,
no habrá miedo, ni temor;
habrá un alma que descansa
en los brazos del Amor.
Porque todo lo vivido
fue camino, fue señal...
de que siempre estuve yendo
a mi encuentro celestial.
Me desprendido ya en dos
ocasiones, señales claras
de lo que será, dame aun vida
y llegado el momento, sabre
que ya no hay más oportunidad.