a las tormentas que azotaron mis ventanas,
a los inviernos que anidaron en mi pecho
como pájaros heridos buscando primavera,
si atravesé el desierto descalzo y sediento
bebiendo arena como si fuera rocío,
si nadé contra corrientes que querían
arrastrarme hacia océanos sin orillas,
y coseché flores donde solo había ceniza,
si bailé con mis sombras hasta que aprendieron
a moverse al ritmo de mi luz,
si convertí cada cicatriz en constelación
y cada lágrima en perla cultivada
en las profundidades de mi alma,
¿por qué he de tenerle miedo a lo que vendrá?
El amor que me espera es un horizonte
pintado con los colores de mis batallas,
un jardín regado con la lluvia
de todas las tempestades que sobreviví.
No temeré al abrazo que se acerca
como barco buscando su puerto,
ni a las manos que querrán sostener
estas mías, curtidas por el viaje.
Porque he aprendido que el amor verdadero
no es la ausencia de miedo,
sino la valentía de construir un nido
incluso cuando aún tiemblan las ramas,
de encender velas en medio del viento,
de decir "aquí estoy" cuando todo dice "huye".
El futuro puede traer sus propias tormentas,
pero yo ya sé danzar bajo la lluvia,
convertir el trueno en música,
y hacer del relámpago un faro
que ilumine el camino hacia ti.
Si sobreviví a todo lo que fui,
floreceré en todo lo que seré.
