no tocó la puerta,
no mandó recordatorios.
Simplemente ocurrió
mientras él se hacía fuerte.
los amores se fueron adelgazando
por falta de presencia,
y los abrazos quedaron pendientes
para un día que nunca llegó.
Siempre faltaba algo:
más dinero, más seguridad,
más control, más pruebas
de que ahora sí merecía
respirar sin culpa.
Un día entendió que el momento
no era una meta futura,
que la vida no se posterga,
y que esperar estar listo
era la forma más elegante de perderla.

