sus párpados son avenidas
que nunca conocen el descanso.
vigilan a quienes caminan abajo,
pequeños insectos de cemento.
El humo no es humo,
es un velo que oculta promesas,
una capa sobre el hambre callada.
En cada esquina alguien negocia su sueño,
lo vende en cuotas de cansancio,
lo compra con monedas oxidadas.
Y aun así, la urbe respira,
da refugio al que huye de sí mismo,
ofrece anonimato como un abrazo frío.
Yo levanto la vista y me pierdo
en los espejos de cristal,
donde mi rostro se fragmenta
y vuelve desconocido.

