domingo, diciembre 23, 2007

Jugando con la Luna

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Jugando con la Luna

Jugando con la Luna.

Primera parte y única

Decretos

Érase una vez, un príncipe, que vivía en un gran Castillo, tan grande pero tan grande como la mitad del Mar.

Ese Castillo lo habitaban, el Rey Bailarín, la Reina Bailarina de Bailarín, su pequeño hijo, el Príncipe sin nombre, y muchos súbditos.

En ese Castillo también habitaban tres caballos negros, tres caballos blancos, algunas gallinitas y otros animalitos, que ustedes podrán imaginarse. Tenía unos jardines llenos de muchas flores imaginarias, un lago tan grande, pero tan grande, como la mitad del Castillo, o sea, la mitad, de la mitad del mar, (suena muy parecido todo, pero no es así).

El Principie sin nombre tenía todo lo que podía soñar, tenia muchos juguetes hecho de madera, y un caballito Blanco llamado Tremendo.

Los días en el Castillo eran muy bonitos, aunque algunos eran menos bonitos, digamos, como muy tristes para nuestro pequeño Príncipe.

Nuestro Príncipe era no mayor de 50 centímetros, pero casi igual a la mitad de un metro, jugaba y correteaba todo el día en su blanco caballo Tremendo. Se preguntarán por qué lo llamaban Tremendo, es porque era muy tremendo.

Las tardes en el Castillo eran siempre las mismas, habían lluvias o no las habían, pero cuando salía el sol, el olor de las flores llenaba de aromas muy fuertes a nuestro Castillo.

Recuerdo una vez que me acerqué a hablar con el Príncipe sin nombre, era muy fuerte, aunque muy chiquito, se reía mucho de las cosas simples de la vida, claro, era un niño lleno de muchos caprichos y muchos sueños de grandeza, soñaba, por ejemplo (no era sueño, era verdad), que algún día el sería el Rey sin nombre de ese Castillo, de imaginaciones verdes. Me decía que, cuando fuera el Rey, decretaría el Día de la Felicidad y lo celebrarían todo el año, no quería que la tristeza llenara de incomodidad su risa ni a sus seguidores. ¡Tenía muy buenas ideas nuestro amigo el Príncipe!

Me contaba que a él no le gustaba llorar, que no entendía por qué los niños grandes decían mentiras y se aprovechaban de cualquier situación para MENTIR, me dijo que decretaría también el Día de la Verdad, y quien no dijera la verdad, lo castigaría, haciéndole escribir 1000 veces: “DEBO DECIR SIEMPRE LA VERDAD”.

Que durante su reinado no habría peleas, todo sería paz. Decretaría el Día de la Paz para que nadie se pelease ese día, y el que osara pelear, lo castigaría, ordenándole escribir 1000 veces: “NO DEBO PELEAR EL DIA DE LA PAZ, NI NINGÚN DÍA”.

Yo le decía que me parecían castigos muy severos, que cómo podía pensar de esa forma, y sólo contesto:

_ No quiero que los pobladores del Castillo peleen, deben de entenderlo, ya que sino, la severidad de mi castigo podría aumentar a más de 1020 líneas.

Eso me pareció terrible, y se lo hice saber. Su repuesta fue sencilla:

_Si soy el Rey, se hará mi voluntad. Los decretos de un Rey siempre son para cumplirse, eso es lo que me han enseñado mis maestros, y yo seré el Rey.

Sentía una profunda tristeza por la forma como pensaba nuestro pequeño Príncipe, aunque no dejaba de tener razón.

Me preguntaba, ¿cómo podemos decretar la Felicidad? ¿cómo podemos decretar la Verdad? ¿cómo podemos decretar la Paz, el Amor? ¿Es que se puede decretar la conducta que debemos de asumir en nuestras vidas? ¿Será que no se puede enseñar la Felicidad, la Paz, la Verdad, el Amor, tienen que ser decretadas para que sean realidad?? No lo sé.

Pero nuestro Príncipe sí lo sabía, y lo pensaba hacer tan pronto fuera Rey.

Mis conversaciones con el Príncipe siempre eran en las tardes, nunca podíamos hablar en las noches.

Recuerdo una vez, mientras el Príncipe y yo conversábamos, se escuchó una voz que decía:

_La vida no es tan sencilla y no podemos regirla por decretos, mi Alteza...., creo y me disculpa, que debemos razonar más nuestra forma de ver la vida.

El Príncipe malhumorado al darse cuenta de que quien hablaba era Tremendo, le dijo:

_Tremendo cuantas veces te he dicho que no me gusta que intervengas en las conversaciones mías, ¡sólo habla cuando te lo ordeno!

Tremendo bajo la cabeza y sólo atinó a disculparse.

Yo veía con asombro la forma tan dura con que nuestro pequeño Príncipe le hablaba a Tremendo y no lo entendía.

Tremendo era un caballo de sangre Cortesana, NO ERA CUALQUIER CABALLO, era bello, blanco como el azúcar y de unos sentimientos muy puros, difíciles de encontrar en los humanos.

Tremendo era un Dios alado de 4 patas, era un animal digno de UN REY, de ahí mi desilusión cuando nuestro pequeño Príncipe lo regañó.

Yo pensaba en silencio ¿es que nuestro pequeño Príncipe no es más que una Mentira a la cual no se le puede contradecir?¿será que la Paz que quiere decretar, no es la Paz que transmite?¿será que es un Príncipe Infeliz y quiere ser Feliz, decretando la Felicidad?

Estas interrogantes me llevaron a conocer más de cerca a nuestro pequeño Príncipe sin nombre, no quería que la vida futura fuera por decretos, sino por convicción.

Cuando le explique estos razonamientos, se molestó conmigo. Yo le decía que la Felicidad, la Paz, el Amor y la Verdad, son elementos que nos hacen ser grandes, pero debemos estar convencidos de que eso nos hará Grandes, nadie puede imponernos por decretos, la forma de cómo debemos ser y cómo debemos actuar.

El pequeño Príncipe sin nombre lloró muy fuerte, tan fuerte que se escuchó en la mitad de la mitad del mar, o sea, en casi todo el Castillo. ÉL ERA MUY MALCRIADO.

Quería ponerme a escribir 1000 veces “NO DEBO CONTRADECIR AL PRÍNCIPE”, pero lo que él no sabía es que yo NO SABIA ESCRIBIR, cuando se lo dije, me miró a la cara y me dijo:

_Decreto que escribas, y le dije que no podía hacerlo aunque me lo decretara, ya que su decreto no me ayudaba.

Tremendo, escuchando esto, nuevamente se aventuró a decir:

_Majestad, porque, en vez de decretar que aprenda a escribir, no decreta que lo enseñen a escribir.

Nuestro Príncipe miró a Tremendo y le ordenó que no hablara más, que no había pedido su opinión.

Yo miraba todo esto con mucho sombro, y le dije con mucha fortaleza en mis palabras, que estaba equivocado.

Sólo me miró, montó a Tremendo y salió del jardín donde estábamos conversando.

Pasaron los días, y el Príncipe no regresó más a nuestro jardín.

Con los años, la enfermedad del Rey Bailarín empeoró y murió, siendo designado nuestro pequeño Príncipe, ya grande, tan grande como la mitad de dos metros, y la sumatoria de otro medio de un metro (parece difícil entender, pero no lo es) como el nuevo Rey.

Al día siguiente de ser nombrado Rey, nuestro pequeño Príncipe, ahora Rey, decretó EL DIA DE LA FELICIDAD, EL DIA DE LA VERDAD, EL DIA DE LA PAZ Y EL DIA DEL AMOR.

Nadie entendía porque ese era su primer decreto, pero todos lo celebraron. Ese día bailaron, comieron y bebieron mucho vino.

A los pocos días, el Rey sin nombre se paseaba con su ya viejo caballo blanco por los jardines de su reino, y miró a una sombra de nadie (ese era yo) tan pronto me reconoció, bajó de Tremendo y me tomó de la mano, me saludó muy alegre, y me dijo:

_ Cumplí mi promesa, he decretado todo lo que te dije haría tan pronto fuera Rey.

Tremendo bajó su cabeza, yo lo miré muy triste y le dije:

_ Rey sin nombre de descendencia Bailarín, HAS DECRETADO LO QUE ME PROMETISTES UNA VEZ, eran tus promesas, tus deseos. Con todo el respeto, te pregunto ¿ha funcionado tu decreto???

_ Fíjate en mí, ahora no soy más Feliz, no tengo más Paz, no Amo más y no digo más Verdades después de saber lo que hiciste. Por el contrario, hoy sí se escribir, aunque nunca aprendí a leer... gracias a tu decreto; sólo quise cumplir tu castigo y no desobedecerte. ¿Eres feliz con lo que te digo??? Mi Rey...

El Rey me miró muy conmovido después de leer las 1000 líneas escritas por mí, y sólo pudo decir:

_ Perdóname...

1 comentario:

Evelyn Arrazate dijo...

Habra segunda parte ?