miércoles, octubre 10, 2007

El reencuentro, Moscú ya no nos pertenece.

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El reencuentro, Moscú ya no nos pertenece.

Pocas veces sentimos que los sueños se hacen realidad, es parte de nuestra naturaleza humana, donde despotricamos hasta de nuestra felicidad sin desmerecer el hecho conformista con que manejamos nuestras vidas.
Sueños austeros de pasión y remembranzas de una juventud que se desvanece sin avisarnos, no nos pide permiso, sólo algunos afortunados podemos revivirlas para luego, en la sensatez de nuestro último suspiro, recordarla con amor.

Sentir que la vida nos juega una pequeña travesura y nos acomoda en el lugar que dejamos 24 años atrás, es algo impresionante, carente de toda lógica, es un regalo que nos permite entender que sí existe un dios supremo que nos regala momentos perturbables de lógica entereza y misericordia.

Nunca imaginé verme postrado nuevamente en una residencia, revivir algunas travesuras propias de mi juventud, acariciar sueños. Discusiones acerca de la hora de entrada a la residencia, después de dejar esas prohibiciones, muchos años olvidadas en los recuerdos gratos de mi loca juventud.


Abrazos, besos y muchos recuerdos memorables enquistados en mi corazón resucitaron como el primer día de nuestra llegada a Moscú, un 19 de agosto de 1977. Súbitamente se apoderaron de mis entrañas, viejos amores, melancolías.

Imperceptiblemente soñaba en dicha, los segundos, los minutos, las horas, quería detener el tiempo y postergarlo al lado de la Mariscal, que tomó por asalto esos recuerdos. Comandantes que protestaban ante el reclamo de no ser más esos jóvenes impetuosos, que revivían, entre sollozos, la pasión de esa juventud perdida en la calles soñolientas y agitadas de un Moscú, hoy desconocida por la gran mayoría de nosotros.

De repente aparecieron virtuosas las glorificantes y tartamudas noches de una ciudad que nos golpeaba con hilaridad monstruosa, restregándonos su incapacidad de aceptarnos como esos traviesos y esteriotipados jóvenes de ayer.

Provistos de hidalguía, rescatamos la más maravillosa de las sonoridades que nos permitieron acostumbrarnos a los sonidos del reloj en la Plaza Roja, buscamos impacientes, e impávidos fuimos testigos de un cambio de guardia que se nos negó a revivir (ya el cambio de guarida no florece en la Plaza Roja) lágrimas encriptadas desde nuestro corazón brotaron, nuestras miradas fueron elocuentes y se abrazaron en la soledad de nuestro desconcierto.

Nuestros ojos, rojos del cansancio de llorar en silencio, nos hicieron entender que nuestra ciudad nos las confiscaron los mercaderes de la barbarie.
Tendidos y sumidos en nuestra memoria, contábamos los pasos que debían realizar aquellos soldaditos de plomo antes de llegar con las campanadas del reloj al mausoleo de Vladimir Ilich Lenin. Buscábamos entre las cenizas sus estatuas, ya desparecidas.

En el metro ya no existe la estación Leniskie Gori, su recuerdo yace profanado por la insensatez de aquellos que pretenden olvidar la Historia.
Intespectivamente, la luz de nuestras almas iluminó la insomne oscuridad de aquellos que provistos de maldad, gozan de las miserias de aquellos que no supieron robar.

Las noches blancas fueron confiscadas por hombres y mujeres que hoy se disputan la prepotencia del tener más de lo que necesitan.


Utópicamente brotan canciones de mi alma cargadas de sublime gozo, y se enquistan en mi sangre para recorrer en el torbellino de mis entrañas, los recuerdos más exactos y perpetuos que no se dejan envenenar por la estúpida trayectoria del tiempo. Postrados y amasados en la legendaria incertidumbre de mi amor profano, se regocijan mis recuerdos y vituperan coros de filarmónicas expresiones de felicidad. Rememoro la clásica sensación de indefensión en el stalobaya (comedor), ante las tropelías de aquellas jóvenes mujeres que no abrazan hoy el sueño que distribuye el consumismo. De manera abrupta entro en conciencia, este país no es más que el mismo que dejamos hace 24 años, las frustraciones de ayer sólo tienen otro nombre.

Recorro con angustia los espacios que dormitaban en mi memoria, siguen siendo los mismos, algo más modernos, propio de una sociedad que se niega al recuerdo, a su historia.

Como no llorar de felicidad ante el abrazo de Eduardo el tico, algo más viejo (solamente 24 años más), como no palpar la calvicie de Floripondio, hoy convertido en un viejo ruso, pero risueño. Antonina (rusa) caso aparte, los años han mejorado su voluptuosidad, no deja de sonrojarse ante mis pecaminosas palabras, hoy Doctora en Ciencias (orgulloso de ti, vieja amiga), Héctor, el colombiano, más extrovertido que en nuestros años mozos, así como tanto otros. Herminia, Roxana, infiltradas en Moscú y en mis recuerdos, Pablo, Jhonny (amigos del Carlos Ilich Ramírez), Rigoberto, conocido amigo de dominicana en la prepa, dicharachero, hoy convertido y trasformado en otro. Quimiquito completamente perplejo ante una realidad que se negaba a aceptar, Luis en lo suyo. Dorys, iluminado mis utópicos sueños de chaqueta blanca en la prepa, no tan voluptuosa, los años y la vida la han llevado a seguir siendo extranjera.


A todos aquellos egresados que no tuvieron la dicha que la desdicha se apropiara de sus recuerdos, sólo les recomiendo ver Moscú, en su letargo y en la distancia del recuerdo. No aproximarse a la juventud que se nos fue sin pedir permiso. Aceptar la madurez con la confianza de que los recuerdos permanecerán PUROS.

Vivir con la felicidad de que un día muy cercano a nuestros 20 años de vida, ingresamos en nuestra memoria un país que nos acogió con AMOR, que nos llenó de las cosas más sencillas que hoy poseemos, UNA VIDA COLMADA DE SABIDURIA. Un país que nos permitió llorar, reír, conquistar el amor, ver la sonrisa de nuestro primer hijo, y convertirnos en hombres y mujeres LIBRES.

Hoy todos tenemos una vida llena de muchas esperanzas, de satisfacciones, de sueños, de complicaciones, el reencuentro nos permitió vivir un momento de nuestra juventud, un paréntesis que aglutinó una cantidad de sabores propios de la locura de esos años que sólo hoy viven en nuestro recuerdo, hoy se suman muchos recuerdos, Dios permita que se transformen en bondad.
Tres largos días de mi regreso, tres largos días en que mi memoria no descansa. Permanece impoluta en mis sueños, alguien ha robado mi corazón, mi alma y mis piensos.

Moscú ya no nos pertenece.
A todos mis compañeros, un fuerte abrazo, un beso, los quiero que jode y de gratis, es lo único que mi corazón les puede dar hoy, mañana, cuando deje de estar entre ustedes, recuerden a alguien que siempre los amo, que hizo lo posible por volverlos a ver. Donde quiera que me encuentre, estarán siempre a mi lado sus rostros, dándome el ánimo que se necesita para continuar. Cuando hable con nuestro Dios amado, le daré las gracias por haberme permitido tener la dicha de ponerlos enfrente de mí, para conocerlos y amarlos.

Siempre estarán en mis oraciones y si Dios lo permite, estaré nuevamente con ustedes en la República Dominicana en el 2008.

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