el susurro de una promesa antigua,
aquella que me hizo la luz
cuando aún no conocía su nombre.
de pasos lentos sobre tierra mojada,
donde otros trazaron senderos
que no elegí caminar.
Pero la semilla no olvida su destino
aunque la entierren profundo.
La raíz busca, persiste, se abre paso
entre piedras que parecían eternas.
Y así, en silencio,
como el rocío que aparece sin aviso,
fui desplegando alas invisibles
bajo la piel de mis hombros.
No necesité gritar mi liberación.
El amor fue mi escala, mi cuerda, mi puente,
cada peldaño construido con la paciencia
de quien sabe que merece el sol en la cara.
Hoy camino erguido hacia el horizonte,
llevando en mi pecho la fuerza tranquila
de quien ha aprendido que su valor
nunca estuvo en manos ajenas.
Y te ofrezco esta verdad florecida:
somos luz que se expande,
amor que se eleva,
más allá de cualquier sombra pasajera.